La
floresta guardaba un secreto oculto por los árboles desde hace 3.000 años.
Quizá más. Círculos ofrecidos por el hombre a los dioses, dicen algunos.
Cuadrados creados para albergar pueblos, aseguran otros. Hexágonos para hacer
rituales, comentan los más antiguos. En cualquier caso, quien los hizo parece
que quería transmitirnos un mensaje del pasado. Un mensaje que, cual paradoja
ecológica, ha salido a la luz por la destrucción incontenible de la selva
amazónica.
Hay más
de 300 repartidos por el estado brasileño de Acre, el más occidental de Brasil,
junto a la frontera con Perú y Bolivia. Se trata de detalladas zanjas o fosos
de uno a cuatro metros de profundidad y unos 12 metros de ancho, reforzados en
sus lados por la propia tierra de la excavación. Forman diferentes bajo
relieves sobre un suelo arcilloso con diferentes diseños, desde los más simples
—rectas paralelas, cuadrados o rectángulos— hasta otros un poco más complejos
como círculos, pentágonos o en forma de U. Pueden medir hasta 300 metros
cuadrados de superficie. Su descubrimiento, como suele pasar en muchos de los
grandes hallazgos arqueológicos de la Historia, tuvo también su parte
azarística. En 1977, el profesor Ondemar Dias, del Instituto Brasileño de
Arqueología de Río de Janeiro, los incluyó como parte del inventario que estaba
realizando para el Programa Nacional de Investigaciones Arqueológicas en la
cuenca del Amazonas. En aquel momento su trascendencia apenas salió de los
círculos académicos. La vegetación todavía cubría la mayor parte de unas
formaciones que, por otra parte, abundaban ya en las vecinas selvas bolivianas.
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